Cada época impone una forma para hacerse rico. Casi siempre lo logran quienes ya lo son.
Pero el sueño no se desvanece,
aunque haya que dormir con el enemigo. O traicionar amigos. O hacer cosas insólitas.
O violentas, total el fin deseado siempre encontrará una justificación.
Poco importa si los medios para
lograrlo son non-sanctos.
PRIMER CASO:
En la Alemania de 1600, un tal
Henning Brandt, asombrado por el color, supuso que lo amarillento de su orina
podía ser oro en pequeñas partículas.
Su vocación de alquimista lo
convenció que realmente se trataba de oro, y había entonces que obtenerlo y cumplir
con el santo mandato de hacerse rico.
Al principio persiguió a su mujer
para que juntara sus meos sin derramar una gota. Como el fluido de la Doña no
alcanzaba para tanta investigación, buscó amigos y soldados que colaboren,
llegando a tener frente a su vivienda largas colas de meadores.
Un laboratorio con tachos, balones,
pipetas y horas y horas de ensayos no lograban conformar a Henning. El oro no decantaba.
Puteando en todos los idiomas se la agarraba con su perro y algunas piezas de
vidrio que volaban por los aires.
En medio de tanto lío y mecheros
encendidos, siempre quedaba en el fondo de los balones un producto concentrado
que, en contacto con el aire, se encendía. No le dio bolilla porque su cabeza
esperaba otra cosa, reafirmando aquello que solo existe lo que uno cree.
Lo que descubrió, sin saberlo, fue
el fósforo, que sí enriqueció a otros menos tozudos.
Henning no obtuvo nada de tantas
orinadas, pero es justo reconocer que su idea del “meo salvador” reaparece cada
tanto a la espera de que los adelantos tecnológicos la vuelvan realidad.
SEGUNDO CASO:
Mi abuela Josefa, que vino de
España a los 17 años ya casada por poder con mi abuelo Juan, que entre
paréntesis era su primo hermano y la había elegido por fotos, soñaba con ganar
la lotería.
Durante 40 años compró el billete
10246. Se levantaba temprano al día siguiente de los sorteos para recibir la
suerte en la cocina, que era donde ocurrían los hechos más importantes.
Lo recuerdo muy bien porque, niño
aún, yo tenía a veces la tarea de esperar, en la puerta o el zaguán, el paso del
Lotero que todas las semanas dejaba el “esta vez no” junto al próximo billete
salvador.
No sé de dónde le salió esa faceta
timbera a la abuela, lo cierto es que nos contagiaba a todos con la esperanza
de un mundo mejor que nunca llegó, a pesar de que mi madre continuó la espera apostando
en la quiniela clandestina.
TERCER CASO:
Muchos años después de la última
sublevación Diaguita en defensa de sus tierras, la Arqueología nos aportó un
dato sorprendente. Parece ser que, en el Norte Argentino, en una Provincia muy
pujante, comenzó a hacerse realidad una de las tantas maldiciones de los
pueblos originarios contra el blanco usurpador: “el oro se transformará en
traición y será la perdición de los gobernantes”.
Aún no es posible verificar cuanto
del embrujo se va cumpliendo, aunque consultada la Inteligencia Artificial nos
respondió: “Totalmente”.
FINAL: Más allá de la alquimia, la suerte
o la traición, existe el Arte que, ante tanta avaricia, nos acerca una soguita
de esperanza.
Peteco Carabajal y Los Manseros
Santiagueños nos siguen cantando.
“Pero mientras el hombre se asombre
llore y ría será la fantasía que Dios creó”
Por Juan Serra