Ella vendía amor por kilos. Nunca le gustaron las
matemáticas, pero sabía que en una sociedad estúpida los kilos y el desamor son
directamente proporcionales. Crecen juntos.
El anuncio por las redes combinaba erotismo, misterio y un
humano diferente. Diferente para mejor, claro.
–Lo mío es extra XXL. Amor, placer y autoestima de larga
duración, grande como el sueño de un mundo por venir.
No podía escapar a la ley de la oferta y el deseo. Primero
los bañaba, luego los pesaba, cobraba en cualquier medio de pago y recién pasaban
al rito amoroso, una forma de amor que incluía todas las formas de amar.
Tenía una clientela selecta. La adoraban. Disfrutaban sobre
todo del baño, tal vez más que del sexo mismo, aunque era difícil determinar
cuándo empezaba uno u otro porque, como ella lo decía, “esto no es sexo
capitalista”.
Tuvo que comprar un departamento en la calle San Martín de
la Capital Tucumana, cerca de la city bancaria. Nunca en planta baja
–aconsejaba– porque suelen ser más vulnerables a las indiscreciones y,
obviamente, con porteros seducidos, bien instruidos y mejor recompensados. Y
que el ascensor funcione. Fundamental.
Lo más complicado fue instalar una bañadera especial,
grande como sus clientes, a los que elegía pesados para que el lucro y el
propósito amoroso no decaiga.
Mientras compartían el rito del baño contaba a sus clientes
que los inicios “de su pyme” tuvieron como antecedentes la insurgencia
Zapatista en Chiapas, México, cuando en onda vacaciones asistió invitada a una
charla del Sub Comandante Marcos, y cómo el escucharlo le había dado vuelta la
cabeza.
Entre el embrujo de las sales aromáticas y las caricias
sentidas les hablaba y les cantaba. Intentaba convencerlos de la fuerza de las
palabras bien masticadas que, en su caso, le desintoxicaron el cerebro y lo
dejaron ansioso de aprender todo de nuevo.
-Hacía tiempo que había perdido mi virginidad corporal. En
Chiapas recuperé la virginidad de mi ser- les decía.
Por casualidad la conocí en la Librería “El Griego”.
Tomamos un café y me contó su historia. De cómo, a su regreso desde el
Aeropuerto Internacional de Tuxtla Gutiérrez, en Chiapas, hasta su hogar en la
calle Matienzo del barrio de Ciudadela, frente a la cancha de San Martín,
acomodó todas las revueltas ideas que traía en la mochila, sobre todo aquella
de desafiar la manera tóxica de amar.
Cuando fui a visitarla, durante una sofocante noche del
verano tucumano, me recibió con un abrazo interminable. Un aroma a chocolate y
selva virgen me obligó a entrecerrar los ojos y sentir cuán duraderos y cálidos
pueden ser los abrazos.
Una luz suave insinuaba atardeceres tardíos, y entre sus
hombros pude ver dos coloridos afiches puestos de tal forma que era imposible
evitarlos.
“Elige mi nombre.”
“Si el mundo está jodido no lo repitamos: hagamos otra
cosa.”
Juan Serra